Traté de levantarme, pero a mis brazos y piernas les
costaba reaccionar. Todo fue culpa de la Profesora Speedaway. Me castigó junto
con otros tres alumnos y tuvimos que llevar todas las mesas y sillas de un
salón a otro. Luego de tres horas ya es agobiante. De todas maneras obligué a
mis extremidades y me obedecieron.
Tuve que tomarme una ducha de quince minutos porque
había llegado demasiado cansada de ayer, si hasta tenía la misma ropa y ni me
había dado cuenta. Probablemente olía mal, pero no quería averiguarlo. Un
cuarto de hora después salí del baño con gotas de agua chorreándose por la espalda debido al cabello mojado. Definitivamente
odio esa sensación de frío, por alguna escalofriante razón siempre me recuerda
a los Vulctrum.
Los Vulctrum… Nuestros salvadores… Personalmente
siempre me he visto reacia a estos alienígenas. Cuando era pequeña quería creer
de verdad que nos habían salvado. Pero hay historias, chismes por aquí y por
allá. Hubo una vez un accidente, de un chico que se volvió loco según los
medios, que gritaba cosas horribles acerca de los Vulctrum. Tanto así que las
autoridades se lo llevaron. Tanto así que más nunca supe nada de ese chico. Lo
había visto unas pocas veces en la escuela, siempre tenía una sonrisa y buena
cara, pero una vez sí pude ver que en sus ojos había miedo, o sospecha o algo
que estaba ocultando de todos los demás, pero fue eso nada más.
Lo más curioso es que cada cierto tiempo los Vulctrum
nos traen unos “Servidores de la humanidad”. Yo los llamaría más bien esclavos,
nos obedecen en cualquier cosa que les pidamos que hagan, y no hablan mucho.
Sólo “Sí, señor” “Por supuesto, señor” “Con mucho gusto, señor”, pero lo
curioso es que no son robots. Son alienígenas, con vida, con conciencia.
Podrían rebelarse, pero por alguna razón misteriosa y sospechosa no lo hacen. Y
lo más curioso de lo más curioso es que una vez juraría haber visto a uno de
esta especie, con el mismo miedo y sospecha de los ojos del mismo chico de esa
vez.
Claro que puede que sea paranoia, pero podría jurar
que vi el reflejo de ese chico en ese alienígena. Pero estoy segura de que si
dijera algo, me llevarían presa, me silenciarían, me darían por demente o
cualquier cosa con tal de que no dijera nada más. En nuestra sociedad la regla
que siempre nos dicen que nos memoricemos es: “Los Vulctrum se merecen el
respeto que les debemos” En otras palabras… No hables mal de ellos, no
comentes sobre ellos, que las palabras mal y Vulctrum no estén en
la misma oración, así de fácil.
-¡Madeleine! Vas a llegar tarde si no te levantas
jovencita- Dijo mi madre mientras tocaba la puerta de mi habitación,
interrumpiendo mis pensamientos y haciendo que le fuera a abrir.
-Estoy despierta, mamá- Le dije con algo molesta
-Señorita, usted no me habla con ese tono a estas
horas de la mañana
-¿Puedes dejar las lecciones de cortesía por un
momento por favor?
-No señor, hasta que usted no aprenda yo no dejo de
enseñar- Respondió
-¡Mamá!- Le reproché de mala gana
Cerré mis ojos y mentalmente conté hasta diez. Con mi
mamá es muy fácil perder la paciencia, incluso a las seis de la mañana.
-¿Puedo ir a la cocina… por favor?- Hice una mueca de
súplica y mi mamá me vio acusadoramente por unos segundos, pero luego suspiró y
se apartó de la puerta
-Gracias, mamá- Le di un beso en la mejilla, para
compensar nuestra “Discusión”
Decidió acompañarme mientras desayunaba rápidamente.
En diez minutos llegaría el aerobús. Terminé, abracé a mi madre y me fui a la
puerta principal. No la abriría aún debido a que nuestro apartamento está a
cuatrocientos metros sobre el suelo.
Esperé unos pocos minutos, porque ya entonces veía el
aerobús acercándose. Las cortinas de las ventanas comenzaron a moverse de una
manera monstruosa gracias al viento que causaban los propulsores de la nave.
-¡Adiós mamá!- Grité entre todo el barullo
-¡Buena suerte Madeleine!- Me respondió en un grito
también
En ese momento abrí la puerta y me quedé en el
porche. Del aerobús brotó una plataforma metálica que se fue acercando hasta
conectarse con la entrada del apartamento. Cuando la luz del extremo de la
plataforma cambió del color rojo al verde entonces comencé a dirigirme a través
de ella hacia el bus. La puerta transparente en donde se veía al conductor se
abrió. Había mucho viento y me apresuré a entrar.
-Buenos días, señorita Madeleine Stewart- Saludó la
voz robótica del propietario que conducía
-Buenos días conductor, ¿Cómo le va en este glorioso
día?- La clave de que nada te pase es sonreír y preguntar cosas tontas –Gracias
a los Vulctrum seguimos con paz en el mundo –Detalles por aquí y por allá que
te salvan el pellejo
-Muy bien, señorita Stewart, sí, usted tiene razón,
los Vulctrum son los promotores de este mundo tan maravilloso
Le dirigí una sonrisa más y me encaminé hacia los
asientos. No había mucha gente ya que yo era una de las primeras en ser
recogidas, pero me fui a un asiento en el medio del bus y me puse en la
ventana. Me encantaba ver la ciudad. Naves y naves por doquier.
Pasó un rato mientras el bus iba de parada en parada.
Cuando el transporte volvió a despegar y yo seguía viendo por la ventana, oí
una voz.
-¿Te importa si me siento aquí? Ya no hay lugares
vacíos
Lo primero que hice fue voltearme. Había un chico con
mirada un poco avergonzada. Cabello rizado negro, ojos verdes, de estatura
mediana, pero se veía en su expresión que no quería estar ahí. Le devolví la
mirada fastidiada que me acostumbré a hacer en el colegio y en cualquier parte
fuera de la casa. Desde que me consideran como una anormal por tener mis
teorías en contra de los Vulctrum, nadie me quiere.
Lo peor es que nunca digo nada, mi actitud me delata
todos los días.
-Puedes sentarte si quieres- Le respondí mientras
volvía a girar mi cabeza hacia la ventana para perderme en mi mundo.
-Gracias- Dijo en un tono de voz tan bajo que si no
hubiéramos estado cerca no lo habría oído.
Pasó una media hora mientras el bus terminaba de buscar
a los últimos alumnos. Cuando por fin llegamos a la escuela el chico se tuvo
que levantar primero y como todo caballero que no pensé que existiera, me dio
paso. Sólo había una opción. Me volteé.
-¿Eres nuevo no?-Pregunté con tono sospechoso
-Em… Sí…- Claro, con razón su actitud de nervios. Se
debe sentir como… No lo sé la verdad, siempre he estado aquí, pero se debe
sentir raro, o eso pienso.
-Eso lo explica todo- Le digo cortante me dirijo a la
puerta para bajar. Por lo menos me lleva media cabeza. Siempre fui menuda y eso
me molestaba bastante.
-¡Espera!- El chico me alcanzó rápidamente –No me has
dicho tu nombre-
-¿Tiene alguna importancia que lo sepas?- Sentí en
ese momento traición por su parte, porque supe al instante que como tenía
“buena pinta” estaría con los populares, básicamente los encargados de hacer
que mi vida en el colegio sea terrible. Sentí que ahora iba a usar esa
información en mi contra. Aunque de todas maneras ya se enteraría.
-Ah, bueno… Es que…- Comenzó a balbucear ¡Ay que
lindo! Nada me causa más lástima y gracia que un chico así.
-Ya te enterarás, ahora si me dejaras sería un honor.
Me alejé y creo que lo dejé ahí estancado
preguntándose el por qué de mi hostilidad. Oh, chico nuevo, ya lo adivinarías.
Me dio risa mi crueldad, no debí haberlo hecho. No debí tratar así a alguien
que si quiera conocía el nombre de la escuela, pero… Necesitaba una pequeña
venganza, desquitarme por todos estos años.
Los recuerdos comenzaron a venir como golpes.
“¡MIREN! ¡ES LA ESTÚPIDA DE MADELEINE!” Risas y risas por los pasillos.
Lágrimas y nadie viene a la ayuda. “Deberías ser menos problemática, niña” Me
dijo el director una vez. Claro, todo era mentira, pero nadie me hacía caso,
excepto cuando me acusaban de algo que no era cierto.
No pude evitar quedarme parada en medio de la entrada
de la escuela, la cual también está a unos quinientos metros del suelo.
Segundos después recobré la compostura de mi pequeña crisis emocional y
continué mi trayecto.
Por suerte ya estoy catalogada como rara, así que
nadie le presta atención a mi cara semi-perturbada. Me dirigí a una velocidad
fugaz al salón que me tocaba a estas horas de la mañana. Me senté en el puesto
de siempre, había dos o tres alumnos, pero no les puse atención. Al cabo de un
rato yo ya estaba sentada cuando sonó la campana y comenzaron a entrar los
otros estudiantes como una manada. El profesor fue el último en llegar, pero
veía que él miraba a la puerta y justo antes de que comenzara todo dijo en voz
clara:
-Jóvenes, hoy se nos unirá a la escuela alguien
Casi se me cayó el alma a los pies cuando vi que
quién pasaba por la puerta no era nada más ni nada menos que el chico que dejé
parado en el aerobús debido a mi mal comportamiento, con quien compartí el
asiento de mala gana.
Lo peor es que el único asiento que había vacío era
el que tenía a mi diagonal derecha hacia arriba. Quería saltar por la ventana y
caer en alguna nave que me llevara lejos, muy lejos de aquí.
El chico se presentó, pero estaba tan aturdida que ni
lo oí ¿Qué acaso este día no podía ser peor? Vino y sentó, pero no antes sin
dedicarme una mirada a la cual lamentablemente le respondí, esos ojos verdes
pedían una respuesta que le tendría que dar. Por lo menos no hubo más contacto
entre nosotros por esa clase y menos mal que tampoco por el resto del día.