Sé lo que en verdad son los Vulctrum.
Pero si hablo moriré y también lo harán los seres que amo.

viernes, 26 de julio de 2013

Capítulo 1: Las mañanas


Traté de levantarme, pero a mis brazos y piernas les costaba reaccionar. Todo fue culpa de la Profesora Speedaway. Me castigó junto con otros tres alumnos y tuvimos que llevar todas las mesas y sillas de un salón a otro. Luego de tres horas ya es agobiante. De todas maneras obligué a mis extremidades y me obedecieron.

Tuve que tomarme una ducha de quince minutos porque había llegado demasiado cansada de ayer, si hasta tenía la misma ropa y ni me había dado cuenta. Probablemente olía mal, pero no quería averiguarlo. Un cuarto de hora después salí del baño con gotas de agua chorreándose por  la espalda debido al cabello mojado. Definitivamente odio esa sensación de frío, por alguna escalofriante razón siempre me recuerda a los Vulctrum.

Los Vulctrum… Nuestros salvadores… Personalmente siempre me he visto reacia a estos alienígenas. Cuando era pequeña quería creer de verdad que nos habían salvado. Pero hay historias, chismes por aquí y por allá. Hubo una vez un accidente, de un chico que se volvió loco según los medios, que gritaba cosas horribles acerca de los Vulctrum. Tanto así que las autoridades se lo llevaron. Tanto así que más nunca supe nada de ese chico. Lo había visto unas pocas veces en la escuela, siempre tenía una sonrisa y buena cara, pero una vez sí pude ver que en sus ojos había miedo, o sospecha o algo que estaba ocultando de todos los demás, pero fue eso nada más.

Lo más curioso es que cada cierto tiempo los Vulctrum nos traen unos “Servidores de la humanidad”. Yo los llamaría más bien esclavos, nos obedecen en cualquier cosa que les pidamos que hagan, y no hablan mucho. Sólo “Sí, señor” “Por supuesto, señor” “Con mucho gusto, señor”, pero lo curioso es que no son robots. Son alienígenas, con vida, con conciencia. Podrían rebelarse, pero por alguna razón misteriosa y sospechosa no lo hacen. Y lo más curioso de lo más curioso es que una vez juraría haber visto a uno de esta especie, con el mismo miedo y sospecha de los ojos del mismo chico de esa vez.

Claro que puede que sea paranoia, pero podría jurar que vi el reflejo de ese chico en ese alienígena. Pero estoy segura de que si dijera algo, me llevarían presa, me silenciarían, me darían por demente o cualquier cosa con tal de que no dijera nada más. En nuestra sociedad la regla que siempre nos dicen que nos memoricemos es: “Los Vulctrum se merecen el respeto que les debemos” En otras palabras… No hables mal de ellos, no comentes sobre ellos, que las palabras mal y Vulctrum no estén en la misma oración, así de fácil.

-¡Madeleine! Vas a llegar tarde si no te levantas jovencita- Dijo mi madre mientras tocaba la puerta de mi habitación, interrumpiendo mis pensamientos y haciendo que le fuera a abrir.

-Estoy despierta, mamá- Le dije con algo molesta

-Señorita, usted no me habla con ese tono a estas horas de la mañana

-¿Puedes dejar las lecciones de cortesía por un momento por favor?

-No señor, hasta que usted no aprenda yo no dejo de enseñar- Respondió

-¡Mamá!- Le reproché de mala gana

Cerré mis ojos y mentalmente conté hasta diez. Con mi mamá es muy fácil perder la paciencia, incluso a las seis de la mañana.

-¿Puedo ir a la cocina… por favor?- Hice una mueca de súplica y mi mamá me vio acusadoramente por unos segundos, pero luego suspiró y se apartó de la puerta

-Gracias, mamá- Le di un beso en la mejilla, para compensar nuestra “Discusión”

Decidió acompañarme mientras desayunaba rápidamente. En diez minutos llegaría el aerobús. Terminé, abracé a mi madre y me fui a la puerta principal. No la abriría aún debido a que nuestro apartamento está a cuatrocientos metros sobre el suelo.

Esperé unos pocos minutos, porque ya entonces veía el aerobús acercándose. Las cortinas de las ventanas comenzaron a moverse de una manera monstruosa gracias al viento que causaban los propulsores de la nave.

-¡Adiós mamá!- Grité entre todo el barullo

-¡Buena suerte Madeleine!- Me respondió en un grito también

En ese momento abrí la puerta y me quedé en el porche. Del aerobús brotó una plataforma metálica que se fue acercando hasta conectarse con la entrada del apartamento. Cuando la luz del extremo de la plataforma cambió del color rojo al verde entonces comencé a dirigirme a través de ella hacia el bus. La puerta transparente en donde se veía al conductor se abrió. Había mucho viento y me apresuré a entrar.

-Buenos días, señorita Madeleine Stewart- Saludó la voz robótica del propietario que conducía

-Buenos días conductor, ¿Cómo le va en este glorioso día?- La clave de que nada te pase es sonreír y preguntar cosas tontas –Gracias a los Vulctrum seguimos con paz en el mundo –Detalles por aquí y por allá que te salvan el pellejo

-Muy bien, señorita Stewart, sí, usted tiene razón, los Vulctrum son los promotores de este mundo tan maravilloso

Le dirigí una sonrisa más y me encaminé hacia los asientos. No había mucha gente ya que yo era una de las primeras en ser recogidas, pero me fui a un asiento en el medio del bus y me puse en la ventana. Me encantaba ver la ciudad. Naves y naves por doquier. 

Pasó un rato mientras el bus iba de parada en parada. Cuando el transporte volvió a despegar y yo seguía viendo por la ventana, oí una voz.

-¿Te importa si me siento aquí? Ya no hay lugares vacíos

Lo primero que hice fue voltearme. Había un chico con mirada un poco avergonzada. Cabello rizado negro, ojos verdes, de estatura mediana, pero se veía en su expresión que no quería estar ahí. Le devolví la mirada fastidiada que me acostumbré a hacer en el colegio y en cualquier parte fuera de la casa. Desde que me consideran como una anormal por tener mis teorías en contra de los Vulctrum, nadie me quiere.

Lo peor es que nunca digo nada, mi actitud me delata todos los días.

-Puedes sentarte si quieres- Le respondí mientras volvía a girar mi cabeza hacia la ventana para perderme en mi mundo.

-Gracias- Dijo en un tono de voz tan bajo que si no hubiéramos estado cerca no lo habría oído.

Pasó una media hora mientras el bus terminaba de buscar a los últimos alumnos. Cuando por fin llegamos a la escuela el chico se tuvo que levantar primero y como todo caballero que no pensé que existiera, me dio paso. Sólo había una opción. Me volteé.

-¿Eres nuevo no?-Pregunté con tono sospechoso

-Em… Sí…- Claro, con razón su actitud de nervios. Se debe sentir como… No lo sé la verdad, siempre he estado aquí, pero se debe sentir raro, o eso pienso.

-Eso lo explica todo- Le digo cortante me dirijo a la puerta para bajar. Por lo menos me lleva media cabeza. Siempre fui menuda y eso me molestaba bastante.

-¡Espera!- El chico me alcanzó rápidamente –No me has dicho tu nombre-

-¿Tiene alguna importancia que lo sepas?- Sentí en ese momento traición por su parte, porque supe al instante que como tenía “buena pinta” estaría con los populares, básicamente los encargados de hacer que mi vida en el colegio sea terrible. Sentí que ahora iba a usar esa información en mi contra. Aunque de todas maneras ya se enteraría.

-Ah, bueno… Es que…- Comenzó a balbucear ¡Ay que lindo! Nada me causa más lástima y gracia que un chico así.

-Ya te enterarás, ahora si me dejaras sería un honor.

Me alejé y creo que lo dejé ahí estancado preguntándose el por qué de mi hostilidad. Oh, chico nuevo, ya lo adivinarías. Me dio risa mi crueldad, no debí haberlo hecho. No debí tratar así a alguien que si quiera conocía el nombre de la escuela, pero… Necesitaba una pequeña venganza, desquitarme por todos estos años.

Los recuerdos comenzaron a venir como golpes. “¡MIREN! ¡ES LA ESTÚPIDA DE MADELEINE!” Risas y risas por los pasillos. Lágrimas y nadie viene a la ayuda. “Deberías ser menos problemática, niña” Me dijo el director una vez. Claro, todo era mentira, pero nadie me hacía caso, excepto cuando me acusaban de algo que no era cierto.

No pude evitar quedarme parada en medio de la entrada de la escuela, la cual también está a unos quinientos metros del suelo. Segundos después recobré la compostura de mi pequeña crisis emocional y continué mi trayecto.

Por suerte ya estoy catalogada como rara, así que nadie le presta atención a mi cara semi-perturbada. Me dirigí a una velocidad fugaz al salón que me tocaba a estas horas de la mañana. Me senté en el puesto de siempre, había dos o tres alumnos, pero no les puse atención. Al cabo de un rato yo ya estaba sentada cuando sonó la campana y comenzaron a entrar los otros estudiantes como una manada. El profesor fue el último en llegar, pero veía que él miraba a la puerta y justo antes de que comenzara todo dijo en voz clara:

-Jóvenes, hoy se nos unirá a la escuela alguien

Casi se me cayó el alma a los pies cuando vi que quién pasaba por la puerta no era nada más ni nada menos que el chico que dejé parado en el aerobús debido a mi mal comportamiento, con quien compartí el asiento de mala gana.

Lo peor es que el único asiento que había vacío era el que tenía a mi diagonal derecha hacia arriba. Quería saltar por la ventana y caer en alguna nave que me llevara lejos, muy lejos de aquí.


El chico se presentó, pero estaba tan aturdida que ni lo oí ¿Qué acaso este día no podía ser peor? Vino y sentó, pero no antes sin dedicarme una mirada a la cual lamentablemente le respondí, esos ojos verdes pedían una respuesta que le tendría que dar. Por lo menos no hubo más contacto entre nosotros por esa clase y menos mal que tampoco por el resto del día.

lunes, 22 de julio de 2013

Prólogo: La historia


Mis padres solían contarme acerca de la historia de cómo nuestro mundo se convirtió en lo que es hoy en día. Mamá me decía que hace varios siglos atrás nosotros, los humanos, fuimos invadidos por los temibles Ryatts, una especie alienígena que usaba su tecnología de poderosas máquinas y naves con el propósito de destruirnos junto con la Tierra.

Pero entonces llegaba papá con su sonrisa cuando está contando algo interesante e interrumpiendo a mamá de su relato me decía que justo cuando la humanidad estaba al borde de la extinción, llegaron los Vulctrum, otra raza alienígena, pero que venían a destruir a los Ryatts, porque ellos habían destruido su propio mundo. Papá siempre me decía que los Vulctrum eran nuestros salvadores y que se habían quedado en la Tierra con sus inmensas naves en los cielos para protegernos de cualquier amenaza exterior.

“¿Y aún siguen ahí afuera?” Preguntaba yo, como cualquier niña curiosa de seis años.

“Claro que sí, mi amor. Los Vulctrum siempre estarán ahí para cuidarnos” Respondía mamá mientras sonreía “Ahora será mejor que te vayas a dormir”

“Está bien mami, te quiero”

“Yo también te quiero, Madeleine”

Y en ese momento cerraba mis ojos y fingía dormir, o al menos hasta que oía la puerta de mi habitación cerrarse, dejándome sola y a mis papás en la otra habitación. En ese instante abría mi ventana de par en par y me quedaba un rato contemplando a las estrellas y preguntándome si de verdad había alienígenas cuidándonos allá arriba.